Cuando La guerra se disfraza de paz, es la peor de las paces. Invade como ayuda, pero deja cenizas por donde pasa y muertes por doquier. La paz se vuelve hipócrita, los mansos no le sirven. Agrede a los otoños y les pisa las hojas. Y por si fuera poco, su razón de ser tiende a la sinrazón.
De arrabal en arrabal, los pájaros indagan y su juicio es severo. Esa paz que es la guerra vierte sangre en los suelos y es sangre de los cuerpos, maldición repentina, embuste enmascarado.
Cuando la guerra se disfraza de paz, nos deja casi atónitos, inaugura temblores, se afirma en la tristeza.
La paz nueva, la otra, la que es nuestro signo verdadero, conoce quiénes somos y nos hace mejores. Y algo que no es secreto: la paz nunca se disfraza de guerra y sólo a ella el corazón acepta y la recibe con latidos, que son como un abrazo. Ya quedó constancia en el refranero: “La paz es la madre del pan”.
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